El Carnaval y la Cuaresma: la eterna lucha

Como cada año por estas fechas, Don Carnal y Doña Cuaresma rivalizan entre sí.

La existencia de ambos se debe a la Semana Santa y no se entenderían de no existir ésta.

    En Argelia, junto con los emigrantes procedentes de diferentes lugares como Valencia, Alicante, Murcia o Andalucía, llegaron también las tradiciones. Una de ellas, como no podía ser de otra forma, era el carnaval. Tal vez muchos pied noir recuerden o cómo eran aquellas fiestas, o las conozcan por los relatos familiares. ¿Cómo era el Carnaval de otros tiempos, el que vivían sus antepasados?

    

Periódico España, órgano del Ateneo de la Amistad española, febrero de 1908

    La Cuaresma suponía llevar a término la preparación del cuerpo y el alma para la llegada del tiempo religioso más importante del año. Durante este tiempo, había que arrepentirse de todos los pecados, pero, antes de esos cuarenta días de rezos, misas, confesiones y penitencias, había un tiempo en el que la gente podía hacer todo lo que luego no podría: Carnaval. 

    Considerada como una fiesta de orígenes paganos, en muchos lugares se celebraba con máscaras públicas, de manera que todas las clases sociales estaban en contacto. La consecuencia era la precepción de que esta fiesta creaba un recorte entre las diferentes clases sociales por el hecho de llevar máscaras. En consecuencia, el carácter popular del Carnaval creaba cierto temor entre las autoridades por su potencial peligro debido al anonimato que se producía en lugares públicos. No era extraño, por tanto, que se promulgaran bandos y reglamentos para asegurar el orden. En diferentes ciudades existían normativas, como es el caso de Valencia, en la que desde final del siglo XVIII estaba prohibido el uso de palos, garrotes y la formación de cuadrillas de jóvenes, además de regularse el vuelo de milotxes, disfraces y máscaras. Con el tiempo, las clases más acomodadas prefirieron el disfraz refinado y el baile entre iguales, por lo que llevaron el Carnaval a los bailes de máscaras en salones, círculos y ateneos recreativos con la intención de evitar el contacto con las clases bajas. Estas, por su parte, también disfrutaban de la fiesta, pero en la calle.


Carnaval discutiendo con Cuaresma. Archivo Amades


    Así, por ejemplo, en 1807, las autoridades de València establecían: "no se permitan disfraces y máscaras en tiempo alguno del año señaladamente en el carnaval. Se manda: que ninguna persona de cualquier estado y condición que sea se disfrace y cubra el rostro, así en las calles como en las casas particulares con ningún pretexto ni motivo, de forma que solo se permita bailar en las casas y tener cualquiera otra diversión sin ningún disfraz que oculte la cara".

    Los Carnavales de finales del siglo XIX y principios del siglo XX mostraron una doble vertiente de una fiesta popular e interclasista. Por un lado, la social, que enfrentaba a las clases altas y bajas de la sociedad en la forma de celebrarlos, unos con veladas nocturnas en salones privados y otros con celebraciones más informales por las calles. Por el otro, la religiosa, con la oposición entre católicos y laicos, con funciones religiosas de desagravio de los católicos. Esta críticas en todas direcciones quedaron registradas en la prensa hasta la Guerra Civil.

    La sociedad clasista y el control de las autoridades se manifestaba, por ejemplo, en 1895, cuando el Ayuntamiento de València proponía reformar los Carnavales para civilizarlos e intentar acabar con las "costumbres bárbaras" que se realizaban. Esta corriente se aplicaba también en Cádiz, ciudad donde esta fiesta estaba muy arraigada, y donde el carácter libre, popular y espontáneo había dado paso a la moderación y control por parte de las autoridades. En Gandia, según la prensa, "los enmascarados que salen a las calles son una veintena, en la generalidad labradores, que gritan como desesperados y nada más".

    La disputa religiosa era una constante, como lo manifiesta el ejemplo de Revista de Gandia (10-III-1906): "Las fiestas de Carnaval, en lo que atañe a la parte profana, apenas queda ya nada de las antiguas mascaradas y notas típicas de las carnestolendas: seguramente van de capa caída: la tierra le sea ligera. Respecto a la parte religiosa y que los católicos llamamos de desagravio, cada pueblo ha procurado, según sus medios, celebrarlas con la mayor solemnidad y esplendor".



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