Los moriscos (II)
1609: la expulsión
La convivencia más o menos pacífica entre los musulmanes y los cristianos acabó nada más empezar el siglo XVII. Los sucesos del siglo anterior seguían recientes, como la revuelta de Las Alpujarras, y existían dudas entre los eclesiásticos sobre la veracidad de las conversiones realizadas en años anteriores. Además, se temía una invasión musulmana con apoyo morisco, motivos que abrieron mucho más que antes la posibilidad de la expulsión.
Así pues, el 4 de agosto de 1609 se promulgó el decreto real por el que los moriscos eran expulsados. Tenían tres días para reunir sus pertenencias y dirigirse a los puertos más cercanos. Tan sólo podían permanecer una pequeña cantidad para enseñar sus oficios a los cristianos, aunque en realidad sólo permanecieron los hijos menores de cuatro años y algunos de seis años. En zonas como la Safor se calcula que entre octubre de ese año y enero de 1610 se embarcaron unos 12.000 con destino África. Los que quedaron, lo harían para servir a los señores más importantes, incluidos los religiosos.
Aunque la salida fue ordenada, algunos se resistieron a abandonar sus tierras y, tal vez influenciados por los rumores de que en África no iban a ser bien recibidos, se hicieron fuertes en los valles del Pop y Laguar. Allí acudieron familias enteras desde la Marina, el Comtat, la Safor o la Vall d'Albaida, donde resistieron hasta que fueron derrotados y obligados a embarcar en Dénia.
El decreto de expulsión de produjo un doble efecto. Por un lado, vació barrios, áreas e incluso pueblos enteros que quedaron completamente despoblados, como Atzuvieta, en la Vall d’Alcalà. Por otro lado, su expulsión supuso la pérdida de la mano de obra que cultivaba la caña de azúcar, por lo que su producción empezó a decaer y, en consecuencia, los señores que dependían de su cultivo entraron en declive, como los duques de Gandia o los condes de Oliva. Los señores se habían quedado sin vasallos, las tierras y casas estaban abandonadas, la economía desde Granada hasta Valencia entraría en decadencia: se necesitaba repoblar, seducir a nuevos habitantes para ocupar el vacío dejado por los moriscos.
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